martes, 30 de octubre de 2012

George Carlin.


En alguna ocasión llegó a mis oídos una sentencia muy sabia, decía más o menos lo siguiente: “si vas a decirle a la gente, la verdad, será mejor que les hagas reír, de lo contrario te pueden matar”. Sin duda esa expresión veraz demuestra el terror que la gente común y corriente siente por la verdad. Lo cierto es que en este mundo social de porquería abundan los granujas cobardes y brutales que disfrutan viviendo en la mentira, y que están dispuestos a cometer cualquier bribonería por impía que sea con tal de mantener intocable aquel sistema impúdico que tanta algazara les genera. No pueden soportar la verdad, tanto que, están dispuestos a ignorarla, esconderla o disfrazarla. Se acostumbraron a vivir en la mentira, de manera que cualquier denuncia contra ésa, los escandaliza, convirtiéndolos a veces en bestias poseídas dispuestas a desgarrar todo aquello que ponga en riesgo la montaña de falacias y patrañas que reguló sus acomplejadas vidas.
 
Pero, afortunadamente, por un millón de imbéciles que pretenden imponer sus versiones torcidas y sectarias de la realidad, aparece por lo menos un hombre sabio, valiente y honesto, dispuesto a decir lo que piensa libremente. Ciertamente es una trágica realidad, aunque cierta; decir la verdad es un riesgo, pues ora las bestias elitistas que gobiernan este mundo, ora las manadas ignaras y sanguinarias que las obedecen ciegamente, detestan tanto a la verdad, como a los pocos hombres que se atreven a comentarlas. Cuestionados por la mojigatería santurrona, injuriados por la hipocresía cobarde, satanizados por la beatería impúdica, esos pocos, pero respetables hombres que en el mundo han sido, son y serán, dicen lo que tienen que decir, porque así lo han decidido ellos. No conocen de tabúes, ni complejos, ni amaneradas caballerosidades; llaman a las cosas tal como son y no se arrepienten de haberlo dicho. Los ha habido en todas las épocas de la historia humana; demasiados han pagado con su vida el atrevimiento de calificar con expresiones justicieras a un miembro distinguido, ora de la aristocracia, ora del poder religioso, ora del corporativismo totalitario, ora del belicismo sanguinario. Torturados, perseguidos, asesinados, menospreciados, ignorados, aislados, y sin embargo, aquella especie, que siempre está en peligro de extinción, reaparece, cuál honorable ave fénix, generación tras generación, para infortunio y furia de las depravadas fuerzas totalitarias del ancestral sistema social, económico, político y religioso. Verdaderos íconos de la libertad de expresión universal, jamás los verás comentando en los platós de los medios corporativos comerciales, donde la verdad está vedada. Y sin embargo, la clarividencia, la audacia y creatividad de estos hombres diferentes les permiten llegar a más de un miembro de la sociedad con sus protestas mordaces, denuncias sociales, y sus críticas certeras a toda forma de violencia, venga de donde venga. Uno de esos hombres, fue el comediante y actor estadounidense George Carlin.

El irreverente actor llegó a adquirir fama de raíz de uno de sus ya clásicos monólogos, “las siete palabras que no puedes decir en televisión”. ** Shit, Piss, Fuck, Cunt, Cocksucker, Motherfucker, and Tits. **. Según Carlin, no existen palabras malas, las palabras solamente son palabras y nada más; expresan ideas, acciones, emociones, sentimientos, opiniones, intenciones, por lo mismo, las palabras no son las malas; lo son, las intenciones, los sentimientos, los intereses. Pero, Carlin, cuestiona además la hipocresía de la sociedad, critica el puritanismo de esa gama homogénea de cabrones que suelen presentarse ante la sociedad como la crema y nata de las buenas costumbres cuando en la realidad, ya en su pútrida intimidad, despotrican groserías de cantina inmunda o peor todavía llevan a la práctica las depravaciones más inmorales y brutales, algunas de las cuales probablemente sean imposibles de expresarse con palabras. Si bien es cierto que “las siete palabras” lo catapultaron a la fama, también le costaron la represión del sistema y la intolerancia de un segmento de sociedad fanática.

Pues sí, George Carlin fue un verdadero antihéroe gringo. Un tipo que apreciaba las cosas buenas de su País, pero que no tenía problemas en cuestionar las aberraciones y salvajadas cometidas por las mafias plutocráticas, toleradas y alcahueteadas por una sociedad apática y consumista, indiferente a las masacres perpetradas por los patriotas belicosos, allende, mares y tierras; chusma acomodada indiferente al terrorismo de Estado, pero, ansiosa por contar con una gasolina barata, sin que importe el origen sanguinario de aquel petróleo refinado. Si había algo incómodo que decir Carlin lo decía. Si había un mito por desmitificar ahí estaba el honesto irreligioso, usando el humor sarcástico para denunciar las barbaridades y estupideces de un montón de dizque humanos, no muy diferentes a sus ancestros que vivieron en las arcaicas cavernas, con la diferencia que los actuales viven en lujosos apartamentos, devoran comida prefabricada y fingen importancia usando religiosamente sus celulares y demás dispositivos electrónicos a través de los cuales las mafias corporativas los controlan fácilmente.

En este mundo hay quienes se atreven a decir la verdad despreciando el terrorismo corporativo, estatal o fundamentalista: algunos lo hacen a través de la literatura, hay quienes a través del verbo, son frontales y directos; otros optan por las metáforas; pero algunos prefieren recurrir a la máxima, “si vas a decirle a la gente, la verdad, será mejor que les hagas reír, de lo contrario te pueden matar”, a este último grupo perteneció el ingenioso y talentoso librepensador George Carlin, sin duda un verdadero  ícono de la Libertad de expresión.
    


    

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