miércoles, 26 de diciembre de 2012

El twittero Rafael Correa.

El otro día leí un comentario del ex socialista y actual conservador Mario Vargas Llosa, en el que literalmente se refería a las condiciones palurdas, y toscas de los asiduos y alienados “twitteros”, usuarios de la comunidad virtual “twitter”; el escritor peruano decía lo siguiente: “Si escribes así, es que hablas así; si hablas así, es que piensas así, y si piensas así, es que piensas como un mono. Y eso me parece preocupante. Tal vez la gente sea más feliz si llega a ese estado. Quizás los monos son más felices que los seres humanos. Yo no lo sé”.

Debo señalar que Mario Vargas Llosa no es precisamente un ideal de consecuencia y virtudes. Su pasado socialista y su posterior transmutación al bando conservador lo pintan fehacientemente; es decir, de un bando alienante y represivo, pasó a otro igualmente sectario. Por otro lado, en muchas oportunidades ha hecho gala de erudición capciosa y ambigua, como cuando incurre en una defensa desesperada, disparatada, amanerada y rebuscada de la controversial, crapulosa y alocada “Tauromaquia”. Sin embargo, a pesar de las reservas que me causan las opiniones de este personaje, debo reconocer que su comentario respecto de las condiciones de quienes pierden su tiempo en los “twitteros” 140 espacios mezquinos, es muy válido y certero.

Varios meses atrás, por curiosidad, abrí una cuenta en “twitter”, y empecé a jugar al “twittero”, mas, no creo que llegó el mes cuando la estaba cerrando. Y es que, el medio resultó tan aburrido, intrascendente, incoherente y restrictivo, que no encontré otra alternativa que retirarme de aquellos toscos e inanes arenales desérticos. Fácilmente se llegaba a la conclusión que deambular en aquella red social era una descarada pérdida de tiempo.

Recuerdo haberle mencionado a un “twittero consuetudinario” la inepcia incontrovertible de aquel sistema de símbolos ininteligibles, señas absurdas, frases baladíes, conversaciones fatuas, expresiones tontas y opiniones mediocres; la respuesta del “twittero” fue una descarada y desvergonzada defensa de aquel sistema estólido; “ese es el futuro”, señaló de una manera estúpidamente cándida, mientras añadía los caracteres: “XXXDDD”, y “LOL”, como ratificándose o jactándose de su soberana torpeza.

Durante el mes que eventualmente vagabundeé por “twitter” tuve la, no sé si afortunada o desafortunada suerte, tal vez ni lo uno ni lo otro, de encontrarme con la cuenta de Rafael Correa, presidente ecuatoriano; “@mashirafael”, creo, se llama. De inmediato me llamó la atención los miles de seguidores que tenía Correa en contraste con la reducidísima cantidad de personas a las que el “lasallano alfarista” decía seguir. Para el desarrollo de este comentario volví a ingresar a la cuenta del “mashi Rafael”, y me encontré con las siguientes cifras:

Seguidores: 640.359
Siguiendo: 3

Ahora bien, no hay que soslayar el hecho cierto de que las cifras de seguidores pueden ser fácilmente alteradas a través de métodos fraudulentos, y por lo mismo, son datos cuestionables y extremadamente subjetivos; pero, un aspecto que resulta muy expresivo es la cantidad irrisoria de personajes a los que Rafael Correa dice seguir, apenas 3 “twitteros”, que son los presidentes: Hugo Chávez de Venezuela, Cristina Fernández de Argentina, y Juan Manuel Santos, “el vengador de Angostura”, otrora enemigo de Correa, mandatario de Colombia. Tres personajes de la misma calaña del caudillo de la Involución Ciudadana ecuatoriana.  Alrededor de 640.000 twitteros que siguen servilmente la verborrea “twittera” de Correa, pero cuyas cuentas y opiniones “twitteras” son ignoradas, soslayadas y despreciadas, salvo aquellos “tweets” que están dirigidos directamente a la cuenta del “mashirafael” y que tienen la "benevolencia" de ser respondidos por vuecelencia de Carondelet.

Pero, ¿por qué Correa se abstiene de incluir en la lista de “exclusivos”, a uno que otro de sus supuestos 640.000 seguidores? ¿Acaso Juan Pueblo o Pedro Páramo no cumplen los requisitos aristocráticos para ser añadidos a la lista de “los 3 famosos”? Ni siquiera los alcahuetes y serviles que se desviven adulándolo en la red twittera fueron incluidos. La realidad reflejada en las diametrales cifras demuestra el desprecio que Rafael Correa siente por sus supuestos 640.000 seguidores. Ahora bien, aunque el medio, las condiciones de los “twitteros” y la vacuidad del sistema, vuelven el asunto un tema distinguidamente intrascendente, existe sin embargo un aspecto a tomar en consideración, la presencia del Presidente de la República del Ecuador en una comunidad virtual cargada de superficialidad, liviandad, mendacidad, inepcia y bronco parloteo “twittero”.

El vecino o vecina que tiene su tienda en el barrio, necesariamente, obligatoriamente, debe abrir y atender su negocio, si desea que este prospere en bien de su economía. El tendero o tendera, no puede cerrar el negocio para ponerse a  perder el tiempo en pasatiempos ridículos o disparatados, porque entonces su negocio, el que le da de comer puede perderse. Obviamente, gobernar un País, es una responsabilidad infinitamente mayor que administrar la tienda de la esquina. Sin embargo, daría la impresión que Rafael Correa o el “mashirafael”, presidente ecuatoriano, tendría, aparentemente, el don de la ubicuidad, o la capacidad para clonarse, pues solo así se explicaría que mientras un clon gobierna el Ecuador, otro, se desplaza por las diferentes provincias haciendo proselitismo político, otro, realiza un oneroso viaje por medio mundo, otro, desarrolla el repetitivo monólogo de los sábados, otro, disputa con la prensa corporativa conservadora, otro, insulta a tirios y troyanos, otro, defiende encarnizadamente a los corifeos del fascismo bolivariano del siglo 21, y otro, pierde el tiempo, graciosa y desinteresadamente, en “twitter”.

Seguramente Rafael Correa dirá que su presencia en “twitter” es fundamental para los intereses generales de la sociedad ecuatoriana; probablemente lo catalogue como un asunto de “Seguridad Nacional”; tal vez diga que es necesario para que la espada del mantuano Bolívar continúe recorriendo los senderos andinos, instaurando un sistema infamemente fascista. ¡Ah!, los alcahuetes, esbirros, pipones, injuriadores y lambiscones del fascismo del siglo 21 definitivamente lo secundarán desarrollando torpes apologías a favor de los cicateros 140 espacios. Pero, a quién le importa lo que digan aquellos corifeos que tan verazmente fueron definidos por Mario Vargas Llosa.

“Twitter” es para gente muy común y muy corriente; “twitter” es para aquellos que necesitan mezclarse en la manadas que diariamente son pastoreadas; “twitter” es para las personajes reaccionarios que necesitan transmitir a sus gregarios y alcahuetes sus consignas bestiales; “twitter”, es para vagos cándidos que no tienen nada mejor que hacer que vegetar en un espacio burdo y limitado, pero también para aquellos personajes ruines y  taimados que son servilmente seguidos por recuas y recuas de simples humanos ancestralmente acostumbrados a seguir.

¡Qué suerte la de algunos, eh, mira que  tener tiempo hasta para twittear!   



 

jueves, 6 de diciembre de 2012

Sobre bueyes, burros y la navidad.


Y por fin llegó la navidad. Para bien de los negocios y para desgracia de los indigentes y deprimidos, pues, si hay una época del año donde se destaca la fatua vanidad humana y las injusticias sociales, es precisamente durante la comercial y religiosa fiesta de la Natividad del “melenudo de Nazaret”.

Recuerdo cuando vivía en la casi intersección de las calles Olmedo y Velasco, hace treinta y cinco años, meses más meses menos,  Don Manuel, mi papá, durante estas épocas, solía entretenerse edificando el tradicional “belén”, herencia de su triste pasado católico. Debo haber tenido seis o siete años. Como olvidar la disposición de aquel pintoresco “nacimiento”. Inevitablemente viene a mi pensamiento la inmunda cantina que funcionaba donde actualmente se encuentra el Banco del Pacífico, por cierto, una cuadra al norte de donde yo residía. El caso es que, no en pocas ocasiones, mi mamá me mandaba a comprar las colas, y entonces, me dirigía a esa taberna. Lo primero que notaba al ingresar era ese olor nauseabundo tan propio de ambientes beodos y vulgares. El olor a tabaco mezclado con trago barato, y ese apestoso tufo tan característico de ambientes deprimentes y depravados, instintivamente generaban dudas, recelos, sospechas, y me incitaban a abandonar lo más pronto posible aquel lugar tan desagradable. Pero algo, en aquel tugurio me intrigaba.

Recuerdo que a la derecha, se encontraban disgregadas un grupo de sillas y mesas bastante maltratadas, casi escondidas en una vergonzosa oscuridad; mientras que al frente una serie de improvisadas repisas adosadas a la pared sostenían botellas de trago de marcas populares, de las solamente consumidas por aquella clase de borracho populachero y generalmente en quiebra económica. Más adelante una vitrina que contenía pan, y junto ésta, jabas repletas con bebidas gaseosas de diferentes marcas. Frente a la vitrina y las jabas, como si hubiese existido una intención manifiesta de colocar el escenario en un sitial preferencial, a la vista de todos, se hallaba una muy elaborada representación del bíblico nacimiento de Jesús, el posteriormente conocido como “Cristo”.

La cantidad de juguetes era considerable, ovejas, cabras, burros y bueyes de plástico; casas, atalayas y establos de madera; mientras pastores, José y María, los reyes magos, y el bebé “Jebús”, mejor elaborados, de un material, muy probablemente yeso, cuidadosamente pintados. Todo el escenario bañado por luces multicolores, unas titilando, otras contantemente encendidas. Aquella representación me abstraía momentáneamente de aquel deprimente ambiente. Pero había algo más, sobre las estanterías que sostenían las botellas de aguardiente y ron, en la parte superior, rozando el techo se encontraba un crucifijo de tamaño moderado del que colgaba el llamado “hijo del hombre”; corona de espinas, clavos en pies y manos, mutilado, ensangrentado, en sufrimiento perenne, aquella figura contemplaba el drama patético, multicolor y contradictorio que se desarrollaba en aquella infecta  cantina. Ahí estaba el muñequito en forma de bebé que supuestamente significaba la esperanza, la libertad, el amor; pero, más arriba, en un casi altar se hallaba el ícono del carpintero que se atrevió a decir “amad a vuestro prójimo”, ahí estaba, la esperanza destrozada, despedazada, masacrada. En vivo y en directo, aunque en maquetas y miniaturas, aquella tragedia compleja y contradictoria, que a mis escasos seis o siete años no atendía a comprender, manifestándose en aquel insignificante y funesto muladar donde ocasionalmente solía comprar las “güitigs”, las “fantas” y las “orangines”.

Obviamente, en aquel “Belén”,  los animales abundaban, terneros, borregos, patos, perros, y naturalmente no podían faltar los bueyes y burros. Hoy, mientras escribo estas líneas me pregunto, si era acaso, aquella caracterización lo que me motivaba a visitar semejante antro, es decir, podía comprar en otras tiendas, de hecho a unos metros de donde habitaba, se encontraba la tienda de Don Alvarado, pero, en Navidad, prefería visitar aquel melancólico e infeliz lugar. Hoy, que tiempos tan surrealistas y tan lejanos, parecen, solo parecen.

Pero, dejemos atrás el pasado; como decía, el burro y el buey, siempre han estado presentes en los tradicionales “nacimientos”. Supongo que siendo los bueyes y los burros animales extremadamente comunes en toda granja o pueblo campero, los antiguos religiosos y seglares católicos los consideraron parte indefectible en cualquier caracterización de la Natividad, más todavía considerando los tiempos de la Judea o Palestina dominada por el Imperio Romano. Sin embargo, meses atrás, sorpresivamente el Papa católico, Joseph Ratzinger, comunicó al mundo y específicamente a la feligresía católica apostólica y romana, que los burros y los bueyes no estuvieron presentes durante el alumbramiento del hijo de María y José. Pero, ¿qué evidencias presentó el polémico Ratzinger para argumentar dicha afirmación? Pues, supongo que la fe, exclusivamente la fe. La base de toda religión. Sí la fe, la creencia absoluta que todos los católicos le deben al representante máximo de la Iglesia Católica.

Pero, divaguemos un momento heréticamente y analicemos. ¿Qué evidencias existen de la existencia de Jesús? El único libro que habla de Jesús, el judío, hijo de María y José, es la Biblia. Pero, es la Biblia un documento confiable. Desde el punto de vista de las religiones cristianas, ciertamente que sí. Pero desde el punto de vista histórico, por lo menos de la Historia respetable basada en hechos verdaderos y por lo mismo comprobables, las cosas no aparecen tan claras.

Pero, dejemos de lado el buen juicio, la sensatez, además de la ciencia, y confiemos ciegamente que en efecto Jesús nació en un pesebre del pueblo de Belén. La Biblia narra que en aquellos días los romanos decidieron hacer un censo para lo cual obligaron a los habitantes de aquellas tierras a regresar a sus lugares de origen. José, el padre de Jesús, que en aquel momento se hallaba en Nazaret, como cabeza de su familia tuvo que viajar a Belén de donde era natal su familia, llevando consigo a su esposa que se encontraba embarazada. Es obvio que una mujer embarazada de ocho o nueve meses no puede caminar horas y horas por el cruento desierto o por caminos pedregosos, de manera que la posibilidad de que María haya usado un animal para movilizarse desde Nazaret hasta Belén resulta extremadamente alta, si no es que, absolutamente real. Ahora bien, es posible que aquel animal haya sido un caballo, un camello, e incluso, un burro. El mismo burro que pudo haber sido testigo inocente y silencioso del nacimiento del futuro carpintero.

Vamos con el buey. ¿Qué es un pesebre?; se define como establo, cuadra, pocilga, comedero, cubil, caballeriza, es decir, un lugar donde generalmente se recogen, guardan y alimentan los animales de granja. Es por demás sabido que el obediente pero forzudo buey es un animal ícono en toda estancia, quinta, hacienda, o finca, más todavía si se considera que incluso en la actualidad se usan bueyes para arar la tierra; por lo mismo es obvio que en los tiempos antiguos la presencia de bueyes en los pesebres de los pueblos no solo eran posibles, sino, obligatorios.

Entonces, si la presencia de burros y bueyes, en pesebres, corrales, o cubiles, es por demás natural, e históricamente más que posible, entonces, ¿por qué a Ratzinger se le ocurre sentenciar que durante el nacimiento de Jesús no estuvo presente ninguno de aquellos nobles animales?

Pero, si Ratzinger dice que, tal y tal, no estuvieron, entonces debería decir quienes sí estuvieron presentes. ¿Qué me dicen de los graciosos patitos? Y que tal Doña Gallina y Don Gallo, ¿será que no fueron invitados? ¡Ah!, y no nos olvidemos de la yegua y el garañón, ¿no estuvieron?, quizá no, porque justo en ese momento estaban correteando alegremente por los oscuros caminos de la antigua Judea.

Pero y que tal si, el buey y burro, no estaban propiamente en el interior del pesebre, pero sí, en el exterior, pues los habían sacado para crear espacio. ¿Acaso Ratzinger no hace gala de un absolutismo riguroso al negar su presencia simplemente porque unas cuantas paredes, si no, tablas o cañas, los separaban del venturoso evento?, en cuyo caso, ¿no debe culparse, de sus ausencias, a quienes tomaron la decisión de sacarlos del pesebre? ¡Ah qué dilema, qué dilema!
 
Increíble, pero cierto; siglo XXI, por si acaso.

lunes, 3 de diciembre de 2012

¿Libertad taurina?




A propósito de la interrupción de la Feria “Jebús del Gran Poder”, espectáculo que se desarrolla durante las fiestas de la ciudad de Quito, “distracción” en la que por cierto se humilla, asaetea, pica, hiere, y masacra toros miura; miraba por televisión, el otro día, a varios “amantes” de la denominada “Tauromaquia” protestando, frente al coso de Iñaquito, contra la regulación municipal que, permitiendo las tristemente célebres y españolas “corridas de toros”, negaban el rito final de la tortura, es decir, la estocada final con la dizque sacrosanta espada.

Obviamente esta gente está en su derecho de expresarse públicamente dentro del marco de lo legal; pero, algo que me pareció ridículo y sinsentido, fue uno de los gritos con los cuales los “taurinos”, vociferaban lo que, ellos, consideran su derecho, es decir, la prerrogativa de disfrutar de aquel salvaje y sanguinario espectáculo. Al unísono un grupo no mayor de 10 sujetos gritaban: “¡Libertad!”

Francamente, considero que la palabra “Libertad”, era y es, la menos indicada para defender las españolas “corridas de toros”. De hecho considero que apelar a la virtuosa  “Libertad”, como argumento, en el bochornoso caso específico, es un completo despropósito; pues, cuando estas personas, usan el término “Libertad”, lo que están diciendo es que la Tauromaquia o el espectáculo en el que un grupo de jiferos extranjeros y nacionales, vestidos con trajes de luces, desjarretan y masacran un espantado toro miura, mientras una multitud los vitorea aclama gozosamente, es un “Derecho Universal”: el derecho a maltratar y torturar animales. Algo increíble, sin duda.

Hace días un concejal quiteño, representante del bando “taurino” señalaba que, el problema no era, si se mataba o no al animal en el círculo del coso o en las caballerizas, sino, un asunto de “Libertad”. Y entonces, me surge una duda, ¿qué significa la “Libertad” para aquellos grupos que racionalizan actividades unidas con la barbarie? Los propios “amantes” de la Tauromaquia reconocen que sin duda “las corridas de toros” son espectáculos sangrientos y violentos, entonces, ¿cómo, alguien en su sano juicio o afecto a la honestidad puede atreverse a vincular la sevicia con la Libertad?

Razones para renunciar a la Tauromaquia sobran, lamentablemente, intereses de orden económico, prejuicios sociales, tradiciones arcaicas, apreciaciones dogmáticas y otros complejos han hecho que aquella fiesta española, repudiada incluso en sus propios orígenes, continúe generando polémica al otro lado del charco, en la América Latina, en alguna que otra “Banana Republic”.

Considerando la idiosincrasia del ecuatoriano y la condición humana, la polémica seguirá por largo tiempo. Mas, quizá, en un futuro lejano, el milagro se dé, y finalmente, los ecuatorianos, libre y voluntariamente, se reivindiquen renunciando a fiestas importadas y tradiciones brutales, como las españolas “corridas de toros”, tan vehementemente defendidas por los “taurinos” del siglo XXI. Quién sabe, a lo mejor el milagro se dé; aunque, quién sabe.