Seguramente, deben haber escuchado, especialmente en los noticiarios, a los
políticos profesionales imputarse ideológicamente como hombres o mujeres de,
“derecha”, de “izquierda”; o de "centro"; e incluso habrán observado a ciertos pomposos
histriones, reinventando el agua tibia, calificándose a sí mismos como
“patriotas”, ora de “centro-izquierda”, ora de “centro-centro-izquierda”, ora de
“centro-derecha”, y obviamente, “centro-centro derecha”. Aunque, el dualismo
polarizado: “derecha e izquierda”, es el que generalmente prevalece. Si ustedes
me preguntan, qué significan aquellas denominaciones desde el punto de vista
doctrinal; debo señalarles que son un completo disparate, una verdadera estupidez, pretender describir el pensamiento político de una manera tan
simplona; simplemente una soberana estolidez. Y sin embargo se lo hace, no
solamente en el Ecuador, sino prácticamente en todas las naciones del orbe.
Ciertamente
es una especie de maniqueísmo perverso y oligopólico, a través del cual las dos
tendencias mafiosas predominantes se alternan el control del Estado. La una se
etiqueta de “buena” y tacha de “mala” a la otra, y viceversa. Y así, una llega
al poder y la otra hace oposición, hasta que cumplido el período, se invierten los
papeles, y el que hacía oposición pasa a disfrutar de los manjares licenciosos
del poder mundano, repitiéndose
alternativamente la mascarada en la forma de un odioso círculo vicioso.
En verdad
son patéticas y en extremo ridículas,
las definiciones de los típicos patrioteros que se sacrifican por los festines
públicos y las orgías de poder. “¿Cuál es su ideología política?, pregunta el
periodista, locutor o gacetillero, enseguida los politicastros con ademanes
remilgados y con voz ufana responden a su turno: “¡yo soy de derechas!”; “¡yo
soy de izquierdas!”; “¡yo soy de centro-centro-izquierda!”; “¡yo soy de
centro-centro-derecha!”. Incluso, nunca falta algún zoquete que se reinvente
alguna combinación folclórica e ignorantona.
En mi
opinión aquellas definiciones e imputaciones en realidad representan los
nombres genéricos de las diferentes mafias de politicastros que sucesivamente
se adueñan del poder gracias a un
sistema monopólico, generalmente bipolar, a través del cual, “derechas” e
“izquierdas” periódicamente se turnan en
el poder. Aquella clasificación representa sectarismo, duopolio, tráfico de
influencias, corrupción, violencia, terrorismo de Estado, demagogia, pero, para
nada, en lo absoluto, expresan una idea política, moral o filosófica.
Qué
representan las “derechas”, pues, grupos sociales, económicos, políticos
generalmente opulentos, más popularmente conocidos como “oligarquías”, o
gobierno de ricos, y cuyo discurso está siempre ligado con sus intereses sectarios.
Qué representan las “izquierdas”, pues prácticamente son lo mismo que las
“derechas”, salvo por algunas diferencias, entre ésas, el poder económico, las
“derechas” son económicamente más poderosas que las “izquierdas”, además está
el discurso, las “izquierdas” recurren frenéticamente al cuento de la justicia
social, la igualdad y el nacionalismo, aunque ya en el poder, mandan al diablo
todo lo que no tenga que ver con sus intereses de grupo. ¿Y el centro? Pues el
llamado “centro” está constituido generalmente por oportunistas y arribistas
que no consiguieron espacio, ni en las “derechas”, y tampoco en las
“izquierdas”. Eso sí, como declarados tránsfugas, siempre están dispuestos a
negociar con cualquiera de los bandos protagónicos con tal de acceder a un
pedacito del jugoso pastel público.
El asunto es
tan folclórico que recurriendo a una metáfora podríamos decir que el sistema
político, es similar a un estadio donde se celebra un partido de fútbol en el
que se enfrentan el equipo de las mafias políticas contra el equipo de la moral.
En los graderíos, confluyen emociones, intereses y apetitos de diferentes
matices; sedientos de emociones, rugen, contingentes de masas sociales
mezcladas con la indolencia de manadas humanizadas ciertamente apáticas, reunidas
en los sectores populares, en las típicas “generales”; en ambientes más
acomodados vociferan a favor de los caudillos ora de “derechas”, ora de
“izquierdas”, ora de “centros”, las tribunas las burguesías conservadoras, socialdemócratas, e incluso los fascistas con
careta de socialistas y alguno que otro
comunista con aspiraciones a “nuevo rico”; mientras que en las suites, una
élite mira con soberbia y seguridad el espectáculo conociendo de antemano el
resultado. Ahora bien juegan, por las mafias políticas: “la derecha”, “la
izquierda”, “el centro” y todos sus híbridos y mestizos, unos más disolutos y
desvergonzados que otros. En tanto que, por el equipo de la moral se encuentran:
la honradez, la decencia, la justicia, la libertad, la verdad, la integridad y
la esperanza. Árbitro de la contienda: la dispendiosa, corrupta e inepta
burocracia pública. El resultado final, es evidente, triunfa la mafia, festeja
la mayoría del pueblo hinchando a sus tiranos, ora “derechas”, ora
“izquierdas”; se frotan las manos los burgueses, y se retiran conformes las
oligarquías.
Hace un año
recuerdo haberle escuchado a uno de los candidatos que compitió en las pasadas
elecciones de febrero del 2013, decir tácitamente que, él, no tenía ideología, que las ideologías
eran anacrónicas y que, prefería apostar a los resultados, es decir, el
ignorante no se daba cuenta que básicamente se catalogaba como un pragmático
amoral, que podría resumirse en la frase maquiavélica: “el fin justifica los
medios”. Una persona que no tiene ideología es un tronco seco, un imbécil
troglodita cuyas únicas aspiraciones radican en saciar sus bajos instintos recurriendo a cualquier herramienta
por indecorosa y reprensible que sea; es decir un simple bruto, un mentiroso
compulsivo, con ansias incontenibles, obsesiones turbulentas y ardores
clínicos.
Si por lo
menos los patriotas que dizque se sacrifican por el pueblo se preocupasen por
entender la ideología que intentan representar; la farsa sería, quizá, menos
ridícula y grosera. Tal vez, probarían
que se molestaron siquiera en averiguar en qué lado de la cancha intentan
jugar, o en qué bando los colocaron los caudillos titiriteros que diseñaron el
falso juego político y electoral.
Así por ejemplo, sería vistoso y diferente
escuchar a un político o a una mujer pública, decir: “yo creo en el sofisma de
la economía de mercado, en las subjetivas leyes de la oferta y la demanda, pero
también en los monopolios y los oligopolios, considero que el equilibrio y el orden, tradicionales, que permitieron a mi casta social
imponerse, son verdades incuestionables
y por lo tanto han de ser protegidas. El Estado no debe intervenir en el
sistema económico salvo para salvaguardar los intereses de las élites
económicas y financieras. Defiendo la fe sobre la razón, la tradición sobre la
experiencia, la jerarquía sobre la igualdad, los valores colectivos sobre el
individualismo y la ley religiosa por sobre la ley secular. Mi máxima es:
Familia, Tradición y Propiedad. Considero necesario mantener el sistema establecido
y sostener la distribución existente del poder, la riqueza y la posición
social. El Capitalismo Financiero y el Comercio Exterior deben ser la base del
modelo porque me favorecen, aunque destruyan al sector productivo nacional. Las empresas públicas que generen
rentabilidad deben ser privatizadas y vendidas a nuestras corporaciones a
precio de gallina regalada”. Ahora bien, si escuchas, o sabes descifrar o interpretar las acciones,
actitudes y conductas de ese político, sabes que estás frente a un declarado
conservador, que cree en el mercantilismo, el comercio especulador, el elitismo
social, y el capitalismo fundamentalista, monopólico y especulador.
Y que tal el
siguiente politicastro: “yo no creo en la propiedad privada y por lo tanto esta
debe ser restringida, eliminada o finalmente nacionalizada, lo que implica que
el Estado a través de una Burocracia Pública totalitaria será la única dueña y
señora de la propiedad. La riqueza debe ser redistribuida entre todos, en
especial entre los pobres, aunque eso implique robar el trabajo de aquellos que
se esforzaron por producir y crear. Odio a las corporaciones conservadoras y a las
transnacionales imperialistas que invaden o pretenden invadir mi país para
saquear sus recursos o esclavizar a los trabajadores, aunque no por eso podemos
dejar de negociar con éstas, si conviene a nuestros intereses, los del partido
único. En la sociedad que buscamos imponer todos somos iguales, o esa es la
idea. Creemos en la dictadura del proletariado, manifestada en el predominio de
la casta burocrática dorada cuyos
miembros son elegidos a través de cooptaciones cicateras y falaces elecciones
fraudulentas. El Estado debe imponer a través de planificación centralista
todas las actividades de los trabajadores, y pueblo en general, aunque eso
implique crear un monopólico y dictatorial sistema costoso, incompetente y
corrupto. El individuo debe ser absorbido por el conglomerado, para evitar disensiones
que pongan en riesgo la permanencia del sistema unificador y homogéneo. Todo
dentro del sistema y nada fuera del sistema. La lucha de clases es el motor revolucionario
a través del cual combatimos al corrompido imperialismo agresor, no importa el
odio irracional que generamos en la masa social, a la que por cierto debemos
siempre controlar. Amamos y apoyamos incondicionalmente a nuestro querido y
adorado líder que lucha por nosotros hasta que consigamos nuestra amada nación
revolucionaria. Patria o muerte”. Si tú escuchas esto, sabes que estás frente a
un socialista o un comunista, uno de esos especímenes sociales, que dice odiar
los abusos del capitalismo depredador, pero, que no le molesta hundirse
frenéticamente en la espiral de consumo tan característica en los amantes
gulosos del modelo mercantilista. Aunque, no debe olvidarse que detrás de las
caretas marxistas, generalmente se halla un fascista amargado y renegado. Personajes
pintorescos, sin duda los socialistas o comunistas, en especial aquellos que
viven escondidamente como burgueses, mientras públicamente critican el confortable
estilo de vida burgués. Políticos de moral crapulosa, para quienes el Pueblo
solo es un medio para alcanzar sus tiránicos fines, y que entienden las palabras
“Socialismo o Comunismo”, como sinónimos de oportunismo, riqueza y poder.
Pero, lo
cierto es que los jugadores de este fatuo y falso deporte grosero y corrupto
llamado “Política”, prefieren cortar camino, ser consecuentes con su estulticia
notoria y simplemente usar los genéricos, de esa manera evitan contradecirse a
sí mismos, más todavía considerando la manera amoral en que muchos de ellos se
cambian de posición; pues en una elección se los ve en el bando de “las
izquierdas”, en otra, en el gremio de “las derechas”, y en otras, son los
delanteros del “centro”. Sí, definitivamente, la realidad nos dice otra cosa.
Las expresiones genéricas de los patrioteros nos demuestran que el político
profesional, común y corriente, es puro apetito, simple concupiscencia. El
interés malsano y la estupidez campean. Para qué definirse como conservador
mercantilista, fascista corporativo, o socialista estatista si fácilmente se
puede vociferar, “soy de izquierda”, o “soy de derecha, o “soy de centro”, con eso basta para
imputarse “condición intelectual” en una nación del tercer mundo.
Ah, de esta
payasada vulgar y rimbombante no se escapa la prensa con sus periodistas,
locutores, presentadores, entrevistadores, divos, hombres-espectáculos, y demás
“dueños de la verdad”. La prensa corporativa ha conspirado con el sistema
político para imponer los vulgares genéricos, y a través de sus noticieros ha
logrado consolidar los clichés ignaros y los torpes estereotipos a las masas y
manadas sociales, que obedientemente las han asimilado y adoptado.
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