viernes, 1 de marzo de 2013

El político ecuatoriano y sus clichés ideológicos.





Seguramente, deben haber escuchado, especialmente en los noticiarios, a los políticos profesionales imputarse ideológicamente como hombres o mujeres de, “derecha”, de “izquierda”; o de "centro"; e incluso habrán observado a ciertos pomposos histriones, reinventando el agua tibia, calificándose a sí mismos como “patriotas”, ora de “centro-izquierda”, ora de “centro-centro-izquierda”, ora de “centro-derecha”, y obviamente, “centro-centro derecha”. Aunque, el dualismo polarizado: “derecha e izquierda”, es el que generalmente prevalece. Si ustedes me preguntan, qué significan aquellas denominaciones desde el punto de vista doctrinal; debo señalarles que son un completo disparate, una verdadera estupidez, pretender describir el pensamiento político de una manera tan simplona; simplemente una soberana estolidez. Y sin embargo se lo hace, no solamente en el Ecuador, sino prácticamente en todas las naciones del orbe.

Ciertamente es una especie de maniqueísmo perverso y oligopólico, a través del cual las dos tendencias mafiosas predominantes se alternan el control del Estado. La una se etiqueta de “buena” y tacha de “mala” a la otra, y viceversa. Y así, una llega al poder y la otra hace oposición, hasta que cumplido el período, se invierten los papeles, y el que hacía oposición pasa a disfrutar de los manjares licenciosos del poder mundano,  repitiéndose alternativamente la mascarada en la forma de un odioso círculo vicioso. 
   
En verdad son patéticas y en extremo  ridículas, las definiciones de los típicos patrioteros que se sacrifican por los festines públicos y las orgías de poder. “¿Cuál es su ideología política?, pregunta el periodista, locutor o gacetillero, enseguida los politicastros con ademanes remilgados y con voz ufana responden a su turno: “¡yo soy de derechas!”; “¡yo soy de izquierdas!”; “¡yo soy de centro-centro-izquierda!”; “¡yo soy de centro-centro-derecha!”. Incluso, nunca falta algún zoquete que se reinvente alguna combinación folclórica e ignorantona.

En mi opinión aquellas definiciones e imputaciones en realidad representan los nombres genéricos de las diferentes mafias de politicastros que sucesivamente se adueñan del poder gracias a  un sistema monopólico, generalmente bipolar, a través del cual, “derechas” e “izquierdas” periódicamente se turnan  en el poder. Aquella clasificación representa sectarismo, duopolio, tráfico de influencias, corrupción, violencia, terrorismo de Estado, demagogia, pero, para nada, en lo absoluto, expresan una idea política, moral o filosófica.

Qué representan las “derechas”, pues, grupos sociales, económicos, políticos generalmente opulentos, más popularmente conocidos como “oligarquías”, o gobierno de ricos, y cuyo discurso está siempre ligado con sus intereses sectarios. Qué representan las “izquierdas”, pues prácticamente son lo mismo que las “derechas”, salvo por algunas diferencias, entre ésas, el poder económico, las “derechas” son económicamente más poderosas que las “izquierdas”, además está el discurso, las “izquierdas” recurren frenéticamente al cuento de la justicia social, la igualdad y el nacionalismo, aunque ya en el poder, mandan al diablo todo lo que no tenga que ver con sus intereses de grupo. ¿Y el centro? Pues el llamado “centro” está constituido generalmente por oportunistas y arribistas que no consiguieron espacio, ni en las “derechas”, y tampoco en las “izquierdas”. Eso sí, como declarados tránsfugas, siempre están dispuestos a negociar con cualquiera de los bandos protagónicos con tal de acceder a un pedacito del jugoso pastel público.

El asunto es tan folclórico que recurriendo a una metáfora podríamos decir que el sistema político, es similar a un estadio donde se celebra un partido de fútbol en el que se enfrentan el equipo de las mafias políticas contra el equipo de la moral. En los graderíos, confluyen emociones, intereses y apetitos de diferentes matices; sedientos de emociones, rugen, contingentes de masas sociales mezcladas con la indolencia de manadas humanizadas ciertamente apáticas, reunidas en los sectores populares, en las típicas “generales”; en ambientes más acomodados vociferan a favor de los caudillos ora de “derechas”, ora de “izquierdas”, ora de “centros”, las tribunas las burguesías conservadoras,  socialdemócratas, e incluso los fascistas con careta de socialistas y alguno  que otro comunista con aspiraciones a “nuevo rico”; mientras que en las suites, una élite mira con soberbia y seguridad el espectáculo conociendo de antemano el resultado. Ahora bien juegan, por las mafias políticas: “la derecha”, “la izquierda”, “el centro” y todos sus híbridos y mestizos, unos más disolutos y desvergonzados que otros. En tanto que, por el equipo de la moral se encuentran: la honradez, la decencia, la justicia, la libertad, la verdad, la integridad y la esperanza. Árbitro de la contienda: la dispendiosa, corrupta e inepta burocracia pública. El resultado final, es evidente, triunfa la mafia, festeja la mayoría del pueblo hinchando a sus tiranos, ora “derechas”, ora “izquierdas”; se frotan las manos los burgueses, y se retiran conformes las oligarquías.

Hace un año recuerdo haberle escuchado a uno de los candidatos que compitió en las pasadas elecciones de febrero del 2013, decir tácitamente que,  él, no tenía ideología, que las ideologías eran anacrónicas y que, prefería apostar a los resultados, es decir, el ignorante no se daba cuenta que básicamente se catalogaba como un pragmático amoral, que podría resumirse en la frase maquiavélica: “el fin justifica los medios”. Una persona que no tiene ideología es un tronco seco, un imbécil troglodita cuyas únicas aspiraciones radican en saciar sus bajos  instintos recurriendo a cualquier herramienta por indecorosa y reprensible que sea; es decir un simple bruto, un mentiroso compulsivo, con ansias incontenibles, obsesiones turbulentas y ardores clínicos.
     
Si por lo menos los patriotas que dizque se sacrifican por el pueblo se preocupasen por entender la ideología que intentan representar; la farsa sería, quizá, menos ridícula y grosera. Tal vez,  probarían que se molestaron siquiera en averiguar en qué lado de la cancha intentan jugar, o en qué bando los colocaron los caudillos titiriteros que diseñaron el falso juego político y electoral.

Así  por ejemplo, sería vistoso y diferente escuchar a un político o a una mujer pública, decir: “yo creo en el sofisma de la economía de mercado, en las subjetivas leyes de la oferta y la demanda, pero también en los monopolios y los oligopolios, considero que el equilibrio y el orden, tradicionales, que permitieron a mi casta social imponerse,  son verdades incuestionables y por lo tanto han de ser protegidas. El Estado no debe intervenir en el sistema económico salvo para salvaguardar los intereses de las élites económicas y financieras. Defiendo la fe sobre la razón, la tradición sobre la experiencia, la jerarquía sobre la igualdad, los valores colectivos sobre el individualismo y la ley religiosa por sobre la ley secular. Mi máxima es: Familia, Tradición y Propiedad. Considero necesario mantener el sistema establecido y sostener la distribución existente del poder, la riqueza y la posición social. El Capitalismo Financiero y el Comercio Exterior deben ser la base del modelo porque me favorecen, aunque destruyan al sector productivo  nacional. Las empresas públicas que generen rentabilidad deben ser privatizadas y vendidas a nuestras corporaciones a precio de gallina regalada”. Ahora bien, si escuchas, o sabes descifrar o interpretar las acciones, actitudes y conductas de ese político, sabes que estás frente a un declarado conservador, que cree en el mercantilismo, el comercio especulador, el elitismo social, y el capitalismo fundamentalista, monopólico y especulador. 
 
Y que tal el siguiente politicastro: “yo no creo en la propiedad privada y por lo tanto esta debe ser restringida, eliminada o finalmente nacionalizada, lo que implica que el Estado a través de una Burocracia Pública totalitaria será la única dueña y señora de la propiedad. La riqueza debe ser redistribuida entre todos, en especial entre los pobres, aunque eso implique robar el trabajo de aquellos que se esforzaron por producir y crear. Odio a las corporaciones conservadoras y a las transnacionales imperialistas que invaden o pretenden invadir mi país para saquear sus recursos o esclavizar a los trabajadores, aunque no por eso podemos dejar de negociar con éstas, si conviene a nuestros intereses, los del partido único. En la sociedad que buscamos imponer todos somos iguales, o esa es la idea. Creemos en la dictadura del proletariado, manifestada en el predominio de la  casta burocrática dorada cuyos miembros son elegidos a través de cooptaciones cicateras y falaces elecciones fraudulentas. El Estado debe imponer a través de planificación centralista todas las actividades de los trabajadores, y pueblo en general, aunque eso implique crear un monopólico y dictatorial sistema costoso, incompetente y corrupto. El individuo debe ser absorbido por el conglomerado, para evitar disensiones que pongan en riesgo la permanencia del sistema unificador y homogéneo. Todo dentro del sistema y nada fuera del sistema. La lucha de clases es el motor revolucionario a través del cual combatimos al corrompido imperialismo agresor, no importa el odio irracional que generamos en la masa social, a la que por cierto debemos siempre controlar. Amamos y apoyamos incondicionalmente a nuestro querido y adorado líder que lucha por nosotros hasta que consigamos nuestra amada nación revolucionaria. Patria o muerte”. Si tú escuchas esto, sabes que estás frente a un socialista o un comunista, uno de esos especímenes sociales, que dice odiar los abusos del capitalismo depredador, pero, que no le molesta hundirse frenéticamente en la espiral de consumo tan característica en los amantes gulosos del modelo mercantilista. Aunque, no debe olvidarse que detrás de las caretas marxistas, generalmente se halla un fascista amargado y renegado. Personajes pintorescos, sin duda los socialistas o comunistas, en especial aquellos que viven escondidamente como burgueses, mientras públicamente critican el confortable estilo de vida burgués. Políticos de moral crapulosa, para quienes el Pueblo solo es un medio para alcanzar sus tiránicos fines, y que entienden las palabras “Socialismo o Comunismo”, como sinónimos de oportunismo, riqueza y poder. 
  
Pero, lo cierto es que los jugadores de este fatuo y falso deporte grosero y corrupto llamado “Política”, prefieren cortar camino, ser consecuentes con su estulticia notoria y simplemente usar los genéricos, de esa manera evitan contradecirse a sí mismos, más todavía considerando la manera amoral en que muchos de ellos se cambian de posición; pues en una elección se los ve en el bando de “las izquierdas”, en otra, en el gremio de “las derechas”, y en otras, son los delanteros del “centro”. Sí, definitivamente, la realidad nos dice otra cosa. Las expresiones genéricas de los patrioteros nos demuestran que el político profesional, común y corriente, es puro apetito, simple concupiscencia. El interés malsano y la estupidez campean. Para qué definirse como conservador mercantilista, fascista corporativo, o socialista estatista si fácilmente se puede vociferar, “soy de izquierda”, o “soy de derecha,  o “soy de centro”, con eso basta para imputarse “condición intelectual” en una nación del tercer mundo.

Ah, de esta payasada vulgar y rimbombante no se escapa la prensa con sus periodistas, locutores, presentadores, entrevistadores, divos, hombres-espectáculos, y demás “dueños de la verdad”. La prensa corporativa ha conspirado con el sistema político para imponer los vulgares genéricos, y a través de sus noticieros ha logrado consolidar los clichés ignaros y los torpes estereotipos a las masas y manadas sociales, que obedientemente las han asimilado y adoptado.

Me pregunto si este grosero y siniestro sainete cambiará alguna vez; tal vez cuando evolucione moralmente la sociedad; quizá, cuando los barcos balleneros dejen de masacrar ballenas; acaso, cuando los últimos bosques vírgenes dejen de ser talados; o cuando las celebridades tan idolatradas por las manadas de gaznápiros se abstengan de usar pieles de armiño; o  cuando los señores de la guerra dejen de pacificar países o ciudades bombardeando inmisericordemente a  civiles; tal vez, cuando las personas honestas e inteligentes tomen el control de los gobiernos y reemplacen definitivamente a los patriotas de “derechas”, “izquierdas”, “centro-derechas y centro-izquierdas”. Quizá entonces, una era de relativa paz se imponga en este planeta feroz.  


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