Fue el miércoles anterior, me parece, o quizá el jueves, no
estoy muy seguro, para los fines del comentario carece de importancia el día en
particular. Me había levantado e iba con rumbo a la cocina; de repente, en el
suelo, junto a la pared, camuflándose entre las rayas rosáceas y grises de las
baldosas noté un elemento que parecía no combinar con el estatismo del piso; me
acerqué y miré con más atención y entonces con algo de sorpresa, constaté se
trataba de una singular mariposa.
De un tamaño no muy común, el insecto, se mantenía inmóvil,
aparentemente calentándose con los rayos del sol mañero – aunque debo afirmar
que, esa, es solo mi impresión – indiferente a lo que sucedía por encima de
ella. Con cuidado la tomé por las puntas de sus alas y lentamente las junté sin
lastimarla, de manera que al intentar
moverse no sufriera daño. En efecto, al tomarla por las alas, el animal apenas
podía moverse a través de sus pequeñas
patas. De inmediato caminé unos cuantos metros y la coloqué en un lugar donde
nadie pudiera molestarla, o accidentalmente pisarla. En un pequeño corredor
apenas accesible, sobre el extremo plano de una barra.
La mariposa aceptó sosegadamente su nuevo rincón de solaz,
sin realizar apenas movimiento. No soy un experto en mariposas pero por su
color y forma, me pareció una polilla; sin embargo, debo reconocer nunca había
visto una de esa envergadura. De ahí que, se me ocurrió filmarla como evidencia
de su presencia en la casa.
Luego de que el insecto posó generosamente ante el lente de la
cámara, la dejé en aquel lugar. Por la tarde, mientras cruzaba por ese sitio,
recordé a la mariposa y decidí chequear si había decidido mantenerse en el
mismo lugar o había tomado vuelo a nuevos ambientes. En el lugar donde se
encontraba ya no estaba. Pero pronto la
encontré, por lo menos lo que quedaba de ella. A unos cuantos centímetros se
encontraba el cuerpo del insecto, salpicado en buena parte, por una
moderada cantidad de hormigas. Desde mi puesto de observación pude notar que la mariposa parecía conservar
algún residuo de vida, por lo que decidí tomar su cuerpo y llevarla a otro
lugar. La posibilidad de ser devorada en vida resultaba demasiado desagradable.
Un montón de arena cubierto con plástico, restos de una construcción terminada,
fue el mausoleo improvisado para los últimos minutos de aquel viejo y enorme,
considerando su condición de mariposa, insecto.
Al día siguiente, mientras cruzaba por aquel lugar de la
casa, recordé a la vieja polilla, y como intentando constatar algo que por
indicios ya concluía, levanté el plástico negro. Ahí estaba el cuerpo sin vida
de lo que fue una mariposa, sirviendo de pasto a numerosas hormigas que
esforzada y uniformemente se movían cosechando lo que la naturaleza les ofrecía,
simplemente para subsistir. Bajé el plástico y dejé que el ciclo natural en su
dinámica continuase inalterable. Entonces, divagué en lo efímero y frágil de la
vida, una vez más. La muerte de unos significa la sobrevivencia de otros. La
desgracia y felicidad de unos representa la desgracia y felicidad de otros. La
realidad de los insectos parecería compararse
a la realidad de los humanos y sus sociedades. El mundo, la vida, el orden, el universo, la
dinámica y sus leyes, son tan intrigantes. Así es la efímera existencia y su ciclo inalterable.
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