A raíz de
los hechos funestos desarrollados hace un par de semanas en la ciudad de
Guayaquil, donde un hincha del club de fútbol “Barcelona”, fue asesinado, en
circunstancias aún no esclarecidas, los medios y las autoridades tanto públicas
como aquellas que dirigen el fútbol profesional ecuatoriano han empezado con
las típicos rasgamientos de vestiduras a clamar que en esta ocasión: “no habrá perdón
ni olvido”.
Como
tratando de encontrar un responsable lo más pronto posible, para encubrir
irresponsabilidades propias, medios y autoridades, le han arrojado la culpa a
la barbarie y estolidez de las llamadas “barras bravas”; fenómeno brutal que hasta
hace 30 o 35 años era prácticamente desconocido en el Ecuador. En aquel
entonces, si bien los equipos de fútbol tenían sus hinchadas, éstas, no se
constituían en bandas organizadas o pandillas delictivas, sino que, apenas, se
trataban de grupos de amigos que se reunían para alentar al equipo de sus amores;
en ese ambiente de relativa paz, en excepcionales ocasiones, algunos hinchas
fruto de la pasión o motivados por los tragos, terminaban peleándose con sus
similares opuestos, pero, aquellas lides no pasaban de simples encontronazos
baladíes.
Pero, las
cosas empezaron a cambiar a finales de los años 80 del siglo XX. Al respecto
recuerdo las declaraciones de un locutor futbolero famoso por su vulgaridad y
sus excentricidades pomposas; resulta que en un foro, una persona, cuestionaba
la forma en que ciertos dirigentes de un popular equipo de fútbol de la costa
motivaban a sus hinchas; esta persona denunciaba que dichos dirigentes habían
traído patoteros extranjeros, principalmente de la Argentina, vinculados con
las “barras bravas” de los equipos más populares de aquel país austral, para
“entrenar” a las barras locales. Luego que esa persona terminó su declaración,
saltó como energúmeno enfurecido el mencionado locutor, y vociferó más o menos
lo siguiente: “¡y cuál es el problema, si aquí no saben ni gritar ni apoyar a
sus equipos, cuál es el problema que se traiga gente del exterior a enseñarnos
como se debe alentar a los equipos!”.
En otra
oportunidad le escuché a un directivo que llegó a comandar la Federación
Ecuatoriana de Fútbol decir que, aquel deporte era una verdadera válvula de
escape, al que, la masa popular recurría para descargar todo su infortunio; es
decir, según aquel dirigente, famoso por sus exabruptos, liviandades y
torpezas, los hinchas que asistían a los estadios de fútbol eran personas
amargadas, acomplejadas, frustradas, verdaderos sacos de prejuicios que
utilizaban como excusa al fútbol para descargar su ira frustrada, su furia
impotente y las bajas pasiones acumuladas durante la semana.
Las
declaraciones destartaladas y chapuceras tanto del falso periodista deportivo,
como del polémico dirigente futbolero, nos sirven para identificar a dos de los
responsables directos de la violencia en los estadios: la prensa deportiva y
los directivos tanto de los equipos profesionales como de la Federación
Ecuatoriana de Fútbol.
Seguramente
usted amigo lector habrá escuchado de boca de los locutorcillos, las abusivas
arengas a través de las cuales los cronistas pretenden obligar a las personas
que asisten al espectáculo futbolero, a cantar los repetitivos e incoherentes
himnos de alabanza y apoyo al equipo con el cual se sienten identificados. Con
el cuento de que hay que motivar a los futbolistas, locutores y comentaristas, sugieren,
inducen, presionan, en ocasiones alevosamente, a la muchedumbre para que griten
a favor de determinado equipo. El abuso de varios locutores se manifiesta con
mayor intensidad en los partidos que juega la selección. De ahí que más de un
zoquete de esos que fungen de periodistas, cuando la selección no obtiene
resultados positivos, tiene el descaro de culpar a la hinchada por no haber
gritado lo suficiente. En mi opinión, la gente que asiste a ver un partido de
fútbol, y que paga un boleto, puede gritar a favor de su equipo, pero también
tiene el derecho de mirar el partido en silencio, si esa es su voluntad, y
ningún gacetillero miserable tiene por qué criticar aquella decisión. El hincha
ya cumplió pagando su boleto. Las personas van a ver un espectáculo deportivo,
no van a desgañitarse coreando expresiones que encubren adoraciones irascibles
e ignaras.
Luego están
los modelos disparatados que se pretenden importar de otros lares. El ejemplo
de la selección uruguaya y la fijación enfermiza que ciertos locutores
ecuatorianos tienen con aquella divisa es un muy expresivo. Como es de
conocimiento de quienes conocen algo de futbol, la selección uruguaya tiene un
historial futbolístico bastante dilatado. Ese historial se basa en aspectos
positivos, pero también, en aspectos poco elegantes y nada recomendables.
Ciertamente que el fútbol uruguayo ha tenido jugadores con mucho talento, de
los mejores del mundo, pero, el fútbol uruguayo también se caracteriza por sus
sistemas defensivos extremadamente rudos, bruscos y en ocasiones descaradamente
mal intencionados. Tal es, la mala reputación que el futbol uruguayo ha llegado
a tener que, en el mundial de México 1986, luego de un partido salvaje contra
Dinamarca, se los llegó catalogar como verdaderos “carniceros”. Pues bien, esas
tácticas belicosas, esa estratagema grotesca de recurrir al insulto racista,
esa forma violenta de destruir al adversario a punta de patadas
descalificadores y golpes encubiertos, todo ese conjunto de mañas grotescas y
juego sucio que se ha llegado a conocer como “garra charrúa”, es idolatrada por
muchos locutores, comentaristas y gacetilleros ecuatorianos.
A niveles
tan asquerosos han llegado ciertos comentaristas que incluso una falta cometida
por un jugador para evitar la consecución de un gol es plenamente justificada
con el cuento de que fue una “falta táctica”. Ciertamente que el futbol es un
deporte de choque, de enfrentamiento, de fricción, un escenario donde fluyen
pasiones; somos seres humanos, e imbuidos por deseos, obsesiones, intenciones,
anhelos y objetivos, podemos ir más allá de donde la prudencia recomienda;
aquello sucede en un partido de fútbol, por eso existe un árbitro que dirime,
que decide, que imparte justicia. Las faltas son violaciones a la reglas del
juego y no pueden ser justificables con el cuento de la “falta técnica o
táctica”. Las faltas, por la naturaleza misma del juego, se dan, suceden, pero
no pueden ser elevadas a la categoría de “estrategia”, porque entonces
premiemos a los jugadores que más goles evitan recurriendo a la “falta táctica”.
Los comentaristas, locutores o periodistas deportivos deben entender que cuando
relatan un partido de fútbol están cumpliendo tareas de comunicadores sociales,
por lo mismo tienen la obligación de ser independientes, objetivos y justos.
Los medios
de comunicación con el objeto de sacar más dinero de la promoción de los
espectáculos deportivos han contribuido, creando un ambiente propicio para la
violencia a través de eslóganes violentos en los que simples partidos de
fútbol son promocionados como “batallas”
y “guerras”, meros futbolistas como “guerreros” y “fieros vikingos”, y a
equipos de futbol como “falanges”. El fútbol, en aras del simple y común
negocio, ha sido desnaturalizado y corrompido a propósito, pues, gracias a la creación
de nuevos “circos romanos” se puede conseguir más dinero, y adicionalmente,
manipular a las enormes masas que confluyen a esos coliseos, a través de la
engañosa publicidad.
En el caso
de los directivos está por demás claro que a la mayoría le importa mucho más,
recaudar la mayor cantidad de dinero posible, antes que, el espectáculo mismo,
o la seguridad de las personas e hinchas que asisten a mirar los partidos de
fútbol. Si los directivos estuviesen interesados en frenar la violencia
empezarían por crear condiciones de seguridad en los propios estadios, por
ejemplo prohibiendo la entrada a todos aquellos sujetos violentos que pública y
escandalosamente hacen gala de su fanatismo dentro y fuera del estadio.
Como no va a
haber violencia en los estadios o entre las fanáticas hinchadas si los equipos
de fútbol son dirigidos por personajes vinculados con el sector corrompido de
la política nacional. Si está demostrado que todo lo que toca el patriótico
politiquero lo corrompe o lo violenta, es obvio que, nada bueno va a salir de
la unión entre el deporte y la mafia política. El fútbol desde siempre, como
fenómeno de masas, ha sido principal objetivo de los grupos políticos. Todos
los políticos mafiosos se disputan las hinchadas de los diferentes equipos de
fútbol. No hay ocasión en que el demagogo mencione al “equipo de sus amores”,
generalmente uno de los más populares, pues, de poco les sirve a sus ambiciosas
intensiones proclamar sus simpatías por un equipo pequeño con reducida
hinchada.
Ciertamente
que la condición humana – índole brutal, ciega, indolente, tan característica
en los miembros de aquellas verdaderas pandillas más conocidas como “barras
bravas”, - es un factor a enfrentar si
se quiere frenar la violencia entre los miembros de las diferentes hinchadas;
pero, nada se conseguirá mientras se sigan imponiendo: los clichés ignorantones
de ciertos locutorcillos deportivos, los intereses económicos de las
corporaciones y de los medios, y los intereses venales de los dizque
sacrificados políticos disfrazados de dirigentes deportivos.
El asunto,
aún, se vuelve más complicado cuando notamos que la idiosincrasia ecuatoriana
es proclive a manifestaciones de ira sinsentido o a tolerar e incluso aceptar
manipulaciones descaradas y nocivas.
Ya los
“dueños de la verdad” han sentenciado que los únicos culpables de la violencia
y demás delitos que se cometen en torno a la pasión futbolera son una reducida masa de fanáticos futboleros; pero,
las evidencias demuestran que en dicha sentencia no están todos los que son, ni
son todos los que están.
La pasión
futbolera genera dinero, pero también, graves daños colaterales, que los
beneficiarios de las enormes ganancias están dispuestos a tolerar. Tomar
decisiones que frenen la violencia implica un giro radical en las costumbres y
conductas de la masa, y eso puede ser muy peligroso para el negocio.
Seguramente
las autoridades públicas nos dirán que “se investigará hasta las últimas
consecuencias para dar con los autores de la violencia y los crímenes”; en
otras palabras, todo seguirá igual; y de esa manera se seguirá violentando lo
agradable de un deporte, así como el derecho de las personas a convivir en
ambientes de tranquilidad.
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